La importancia de la catequesis

martes, 16 de agosto de 2011
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Los invito a dar gracias a Dios por ese enorme regalo que significa que hay catequistas por todos lados. Yo durante seis años tuve el privilegio de acompañar la Junta Nacional de Catequesis y con la hermana Angelita, hermanita de San Nicolás, nos dedicamos a recorrer muchas partes del País, como ahora lo está haciendo Osvaldo Nápoli, actual director. Me acuerdo que una catequista del sur, de Río Gallegos me entregó un escrito que le había escrito el obispo, monseñor Alemán, y que le decía, se animan a pastoral no con circulares sino circulando, tomando estado concreto con las personas. Yo agradezco enormemente ese consejo, porque he tenido el privilegio de ver tantos rostros, personas que semana a semana no dejaban de hacer conocer el mensaje de Jesús. Por eso yo quisiera compartir unos de los puntos más lindos del catecismo de la iglesia católica, van a ver cómo se van a sentir reflejados.

 

Dice el Catecismo de la Iglesia Católica en el número 166, “El creyente que ha recibido la fe de otro, es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes, yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros”.

 

Cuando yo digo creo, estamos diciendo creemos y cuando yo me reconozco que creo en Jesús, siempre hay una prehistoria de amor, ha habido personas que con sus gestos, sus palabras me hicieron enamorarme de Dios.

A veces en la catequesis, con los chicos yo les pregunto ¿Cuál es la razón de ser del ombligo? Y se quedan medio paralizados. Me acuerdo una vez que un chiquito me dijo, es para juntar pelusa. El ombligo nos recuerda una prehistoria de amor. Siempre nosotros tenemos que reconocernos como don. Y por eso surge esa palabra tan hermosa, “gracias”. Y si nosotros creemos es porque otros nos lo anunciaron. Por eso mirar ese ministerio a lo largo de la historia, que ha permitido que Jesús sea conocido de generación en generación, catequistas que a veces lo encontramos en nuestras propias casas.

Siempre es lindo y bueno cuidar a esos catequistas que en nuestra capilla, parroquia, en nuestra comunidad, son el rostro de una iglesia que se entrega generosamente.

Puedo hacer memoria en mi propia historia, miro a mis padres, somos siete hermanos, nuestros papas ya partieron al cielo. De esos siete hermanos tengo uno que es arzobispo de Paraná, otro que es párroco en Bs. As. , una hermana consagrada, pero yo digo en chiste que tengo otros tres hermanos normales, casados, con sus familias muy lindas que trabajan.

Siempre me preguntan a mí, pero ¿En su casa se pasaban rezando todo el día?, no, en mi casa había mesa, había Domingo, había alegría, y por eso Dios se fue dando como naturalmente, lo sobrenatural fue teniendo sabor a casero. Pero si miro mi historia tengo que mirar en mi colegio, el colegio San Pablo, donde tuve catequistas, maestras que me hicieron enamorar de Jesús. Por eso estoy seguro que cada uno de ustedes, en sus propias vidas estarán como aparecer unos rostros, de esos que fueron marcando ese encuentro con el Señor.

 

Qué les parece si hoy le pedimos a Dios para que todos lo catequistas tengan profundamente un encuentro que permita encontrarse con los demás. Porque si el catequista no tiene un verdadero encuentro, su catequesis es puro cuento. Porque a veces el catequista quiere tanto anunciar a Jesús, y se olvida un poquito a estar con Él. Por eso creo que es bueno, saludable, recordar aquella palabra de Jesús, “Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosa, y sin embargo, una sola es necesaria”.

 

Si quieres anunciar a Jesús, si quieres ser misionero, si quieres trabajar por el reino, no te olvides de estar con Él.

 

Todos debemos buscar su rostro, pero de la calidad, profundidad del encuentro con Jesús, será también la calidad de lo que vamos a transmitir. La iglesia se constituye en ese ven y verás que nos habla el evangelio de Juan. De ese encuentro personal, de esa intimidad con el maestro, que fundamentan un verdadero discipulado y aseguran que nuestra catequesis, que nuestra misión, que nuestro servicio eclesial tenga su sabor genuino, alejando todo peligro de racionalismo, de ideologización que quitan vitalidad a la buena noticia. No hay que tener miedo a decir, nuestra iglesia, nuestra gente, necesita catequistas santos, cristianos que muestren a Jesús.

Una vez le preguntaron a Gandhi, qué es lo que más admira del cristianismo, y él dijo, “admiro a Cristo”. Entonces el periodista le preguntó ¿Y porqué no es cristiano?, “por algunos cristianos”. A veces nos llenamos la boca de Jesús, pero con nuestros gestos, con nuestras actitudes los espantamos. Por eso es bueno necesario que pidamos para los catequistas, experiencia de un encuentro personal.

Vos anuncias aquello que has contemplado. Tener la experiencia profunda de ese encuentro con el Señor. No sos un vendedor que quiere vender un producto. No estás haciendo propaganda ni proselitismo. El Señor les ha robado el corazón y porque te ha robado el corazón, estás enamorado y porque estas enamorado no puedes dejar de hablar de Él.

Hoy más que nunca la gente quiere ver a Jesús. Y lo quiere ver en serio. Son muchos los rostros que de una o de otra manera nos están pidiendo, queremos ver a Jesús. A veces, algunas de esas personas tienen el rostro del discípulo amado, esa mirada pura de aquel que está sedienta como una tierra que está esperando ser sembrada de la semilla del verbo. Pero también nos falta aquella otra mirada, media golpeada, enfurecida, quizás con un caminar que nos recuerda al hijo pródigo. No faltan rostros marcados por el dolor y la desesperanza. Pero si hay algo que en estos 25 años de cura puedo ver cada vez más claramente, es que todos esperan, todos buscan, todos desean ver a Jesús. Pero sí nos están interpelando a la iglesia, no quiero que me hables tanto de Cristo, sino quiero que me lo hagas ver. Así lo decía nuestro beato Juan Pablo II.

Por eso nuestro testimonio sería enormemente deficiente, si nosotros no fuéramos los primeros contempladores de su rostro.

Hoy más que nunca, en medio de tantas actividades, complejidades, este tiempo marcado por tantos cambios, sin embargo la tarea del que anuncia Jesús, se simplifica. Es una paradoja, a tiempo complicado tenemos que volver a la simpleza del evangelio. Sólo desde un encuentro personal con el Señor podremos desempeñar este gran servicio, esta diaconía de la ternura, sin quebrarnos o dejarnos agobiar por la presencia del dolor y el sufrimiento. Hoy más que nunca es necesario que nos animemos a salir al encuentro del hermano, que tengamos el estilo, la tonada de Jesús que siempre nos habla de cercanía, de servicio, de alabanza, de alegría. Sino, miremos a la Virgen María, del encuentro bendito en aquel primer Nazaret salió el estilo misionero, de prisa salió a visitar, de prisa salió a alabar a Dios, de prisa salió a servir a los hermanos. Por eso necesitamos todo pedirle a Jesús, “Señor, enséñanos a orar”, pero Jesús nos dice “Si quieres aprender a orar, no te olvides de aquello que te dije a vos y a los discípulos de la última cena, permanezcan en Mí como Yo permanezco en ustedes”.

Por eso vamos a pedirle al Señor, que en esta mañana pongamos nuestra mirada en esos rostros de catequistas y quizás podamos de preguntarnos, de hacer memoria, esas personas que Dios nos puso, porque insisto si yo conozco a Jesús, es porque alguien me lo mostró, si yo estoy enamorado del Señor, si yo soy misionero, si estoy trabajando en la capilla, en la parroquia, en el colegio, anunciando a Jesús, seguramente voy a poder encontrar algún rostro. Por eso te propongo hagamos una gran oración de acción de gracias, pongamos esos rostros de esas personas, de esas mediaciones de la providencia de Dios que nos hicieron enamorarnos de Jesús.

 

Lo que tenemos que anunciar es “Jesús es mi Señor”, el Señor de la historia, no es alguien del pasado, así como en el evangelio de Juan 21, cuando los apóstoles habían vuelto a lo antiguo, Jesús los había mandado a navegar mar adentro y a ser pescadores de hombres, pero ellos medio tristones, con ausencia sensible del Señor volvieron a pescar, y Jesús se les apareció y les preguntó ¿Tienen algo para darme? Nada. Claro, sin Jesús uno no puede dar nada. Y cuando el Señor los invitó a volver a echar las redes y empezó ese milagro de la pesca, milagrosa, numerosa, Juan gritó, es el Señor. Eso es lo que necesitamos que hagamos los catequistas, es Él el que me llamó, el que yo pensé que se había olvidado de mí.

Lo anunciamos, lo proponemos, lo compartimos pero con alegría, si hay algo que el catequista tiene que tener es alegría.

No hay que tener miedo de copiarse de aquellos que saben. El Padre Ángel Rossi siempre dice que cuando uno anuncia a Jesús lo tiene que hacer con alegría. Vos estás anunciando a alguien que resucitó, que te transformó la vida. Imagínate si lo haces triste, tu vida está marcada por la queja o la nostalgia, añorando tiempos pasados, que te va a decir el oyente. Si Jesús te dejó así no me lo anuncies, yo no tengo ganas de vivir así. Por eso lo anunciamos con alegría. Porque lo hemos encontrado vivo en la palabra de Dios.

Qué importante que es todo aquel que quiera anunciar a Jesús, sea un lector habitual de la palabra de Dios, esa palabra que vibra, que nunca se repite, ese evangelio de cada día que nos marca como las consignas para vivir el día de una manera distinta. Es notable cómo en nuestra iglesia ha ido cada vez teniendo más lugar la palabra de Dios. Y sobre esto es importantísimo para el catequista. Ese encuentro personal, esa rumia con la palabra de Dios, el encuentro vital en la antigua y siempre válida tradición de la lexo divina, nos decía Juan Pablo II, que permite encontrar en el texto bíblico, la palabra viva que interpela, orienta y modera la existencia. Por eso digo, hay que encontrar el mejor tratado de pedagogía, el mejor modo de aprender a evangelizar, es encontrar en la palabra de Dios su fuente inspiradora y vamos a encontrar que siempre la palabra de Dios nos enseña, a que si quieres ser catequista, misionero, tienes que hacerte cercano. Si quieres anunciar el evangelio, tienes que ser signo de comunión. Si quieres seguir la pedagogía de Jesús, tienes que animarte a ofrendar tu vida, el grano de trigo tiene que morir.

Por eso que bueno es eso de anunciar a Jesús. Pero también lo celebramos, con fiesta. Me acuerdo que mis padres me llevaban a misa y después almorzábamos cosas más ricas que los otros días, el mantel más lindo, nos reuníamos. Tenemos que cuidar el domingo. Y el catequista es alguien que tiene que ayudar a celebrarlo. Entre todos traer la vida a nuestra mesa eucarística. Vida, mesa, celebración.

Anunciamos a Jesús. Hace 2000 años se viene anunciando a Jesús. Y a mí alguien me lo anunció, alguien me contagió esas ganas de seguirlo al Señor.

Sigamos poniendo nuestra mirada agradecida, rezando por esas personas buenas que nos ayudaron a encontrarnos con Jesús y pidamos para que en nuestras comunidades el domingo sea un día de fiesta. Que se note que Jesús es el Señor, que lo celebramos con alegría.

 

Amarlo y hacerlo amar, decía Santa Teresita. Hacerlo amar no tanto con palabras, sino mostrándolo. Hoy se juega el partido. No sabemos si mañana vamos a vivir. Hoy tenemos la oportunidad única, extraordinaria de regalarle nuestro corazón.

 

Te invito a que mires el pasado para dar gracias, no para añorar otros tiempos, no, el tiempo que vivimos es el tiempo que nos regala el Señor. Y hoy, en este lunes, en lo que tengo que hacer, en donde estoy hoy. Hoy tengo que mostrarlo, que anunciarlo, que hacer presente el amor de Dios.

 

Vivamos profundamente esa alegría y agradezcamos al Señor esto tan lindo que es el mes del catequista, de la caridad, del niño y que aprendamos a no separar nunca lo que Dios ha unido. Si nosotros lo queremos profundamente al Señor lo tenemos que anunciar. Si creemos profundamente que Jesús está vivo, tenemos que hacer presente una iglesia viva.

 

 

                                                                             Padre Alejandro